26 febrero, 2015
El hombre que arma esqueletos de dinosaurios
Se llama Marcelo Isasi y tiene 42 años. Su trabajo consiste en hallar huesos de dinosaurios, trabajar sobre ellos y dejarlos listos para la exhibición. Conocé esta historia increíble.

Detrás de un cerco de arbustos está el anexo del Museo. A un costado hay un galpón con un mural donde se ven dinosaurios y un cartel de madera que en letras talladas dice “paleocueva”. Adentro sólo se escucha el tic-tac de un reloj y alguien que raspa una roca y luego sopla, raspa y sopla, raspa y sopla: es Marcelo Isasi.
En el mundo científico se acostumbra a que los investigadores publiquen papers académicos, participen de congresos y salgan en los medios difundiendo sus descubrimientos. Pero hay un detalle de su tarea que pocas veces es tenido en cuenta: detrás de todo investigador hay una o varias personas que lo asisten y le brindan apoyo calificado para llevar a cabo sus tareas.
Marcelo Isasi tiene 42 años, comenzó a estudiar la Licenciatura en Biología en la Universidad Nacional de La Plata cuando era muy joven y a su vez, se inmiscuyó -por voluntad propia- en el trabajo cotidiano en la Sección de Paleontología de Vertebrados del Museo Argentino de Ciencias Naturales “Bernardino Rivadavia” (MACN), asistiendo y colaborando con las tareas de los paleontólogos.
«Trabajar en este laboratorio es un asombro diario –dice el técnico-. Preparar cada hueso, para mí, siempre es un descubrimiento», suelta Isasi, desde su lugar de trabajo, que es grande y está abarrotado de instrumentos de precisión y herramientas varias. Sobre las mesadas están las lupas binoculares, las lámparas con fibra óptica, los martillos neumáticos, minitornos eléctricos y los bloques de roca a medio preparar.
¿Cómo llegó Isasi a trabajar aquí? De chico el, fondo de su casa en Quilmes se parecía a un zoo: tenía víboras, lagartos, pájaros y abejas. Cuando acompañaba a su padre a pescar, el pequeño Marcelo traía animales muertos que encontraba por el camino. No solo eso: luego los enterraba en el fondo de la casa y, con un pincel y un clavo, jugaba a desenterrarlos. Hay una serie de hitos en la vida de Isasi que lo llevaron a su peculiar profesión: un abuelo pintor, albañil y “excelente dibujante. «Yo siempre le pedía que me hiciera dibujos de animales”. Como le gustaba tanto la biología, sus padres lo mandaban a profesor particular. Fue así que gracias a las enseñanzas que le brindaron los paleontólogos durante su formación y en particular, la valiosa gestión del Dr. Novas, devino ya de grande en este calificado asistente que es.
El recorrido de un fósil
La manera en la que un hueso de dinosaurio puede llegar al habitáculo de Isasi puede ser de lo más fortuita. A veces pasa que alguien encuentra un hueso en un lugar, durante sus vacaciones, en un paseo o trabajando en el campo y luego llaman a los paleontólogos para que investiguen el hallazgo. La otra forma de descubrir fósiles –la más común- es ir de campaña. Isasi ya participó en más de cuarenta. Es la parte más dura de su trabajo, pero también –dice él- la más gratificante.
Una campaña puede durar entre diez y veinte días o varios meses. “Son situaciones duras de aislamiento, pero también divertidas, adonde están todos los condimentos de las relaciones humanas sumadas a lo extenuante de subir montañas, montar caballos, acampar en la nieve”. El técnico se acuerda de dos: una en la Antártida, con nieve, viento y lugares de difícil acceso, otra en el Amazonas, en Bolivia: 12 días durmiendo a la intemperie de la selva, picados por insectos de todos los tamaños y colores, y rodeados de víboras venenosas.
Hubo, también, otros hallazgos extraños como el que sucedió un 26 de mayo de 2000. Una mañana cuando Isasi llegó al Museo, Novas le informó que tenía que ir de exploración a un lugar cercano e impensado: las excavaciones del subte debajo de la Av. Triunvirato. No era en un campo ni una montaña; el lugar adonde se había producido el hallazgo paleontológico era el túnel del subte B. Los obreros estaban trabajando en la ampliación de la línea, en el barrio porteño de Chacarita, cuando algo los hizo frenar la obra: el hallazgo de restos fósiles de un gliptodonte de un millón de años de antigüedad.
“En los edificios en construcción los huesos de megamamíferos aparecen muy seguido”, asegura. Y dice que la gente no los declara por miedo a que paren la obra y la construcción se atrase. Pero él lo desmitifica: “nuestro trabajo es colectar los fósiles de la forma más rápida posible, trasladarlos al laboratorio para su preparación y posterior estudio”.
Asi se prepara un hueso
Una vez que se descubren los huesos en campaña, ¿cómo sigue el proceso de los huesos de dinosaurios? Así lo cuenta Isasi: se hace el “bochón” (se cubren de papel y vendas enyesadas los huesos encontrados para protegerlos y trasladarlos de forma segura, sin que se fisuren), y entonces ese material llega al taller. “Esa es la parte más linda –avisa-: empezar a separar la roca que contiene los huesos de hace millones de años, y descubrir las situaciones por las que pasó ese fósil”.
A lo que sigue, el técnico lo llama “la preparación”: un período de tiempo en el que, valiéndose de lupas, herramientas finas, cinceles y martillos neumáticos, se recupera el hueso. La duración del proceso depende de cómo sea su estado: si el hueso está frágil lleva más tiempo recuperarlo; si la roca que los contiene es muy dura también. El primer desafío es quitar el yeso y la roca que rodea a los huesos –que en general hace miles de años se fusionó con el fósil.
Una vez lista esta preparación, ya con los huesos libres de roca, el investigador podrá estudiar cada uno de ellos y si amerita, se completan las partes faltantes para realizar una reconstrucción del esqueleto. Luego se efectúa la moldería de cada hueso, con las cuales se obtienen copias en yeso, resina o poliuretano rígido, y se montan en una estructura metálica que sirve de soporte. Se termina con el pintado de las piezas para simular el color original del fósil.